Las Joyas del Prado -3ª parte

Aquí regresamos cumpliendo fielmente con nuestra promesa de traerte cada semana nuevas joyas del Museo del Prado. ¿Acabas de aterrizar por aquí y aún no sabes de qué trata esta serie? Deténte un momento y acude a los dos vídeos anteriores, las Joyas del Prado 1ª parte y Las Joyas del Prado 2ª parte. Luego podrás regresar a esta tercera y última entrega , para poder conocer las mejores obras del Museo en el orden que Experiencias con Arte ha escogido para ti. Ya hemos visitado las obras más emblemáticas de El Bosco, El Greco, Velázquez, Rafael, Tiziano… Pero tienes razón si estabas echando en falta a otro de los grandes maestros que ocupan gran cantidad de salas de este museo. Y este no es otro que el gran Goya. A él vamos a dedicar la séptima parada de nuestra visita guiada.

7.Saturno devorando a su hijo (1820-1823)

Cierto es que no se trata de la obra más bucólica y agradable del artista, pero ahí radica precisamente el interés que nos despierta: en la crudeza que el pintor supo imprimirle a este dios griego. Para todos los que somos amantes de la mitología, no no es nueva la historia del dios Saturno, que tras el peligro que acechaba el nacimiento de cada uno de sus hijos, decidió devorarlos uno a uno tras su nacimiento. La pintura pertenece a un conjunto de catorce escenas pintadas por Goya, que se ha popularizado con el título de sus Pinturas Negras, tanto por los colores de sus pigmentos como por lo siniestro de sus temáticas. Goya creó esas pinturas como decoración de los muros de su propia casa, llamada la Quinta del Sordo. El pintor había adquirido esta finca a orillas del río Manzanares cerca del puente de Segovia, y se ha creído que la compró pensando en poder vivir allí con Leocadia Weiss, quien ya estaba casada con otro hombre, huyendo de los rumores y las habladurías. En noviembre del año 1820 Goya sufre una grave enfermedad lo que unido a los turbulentos acontecimientos del Trienio Liberal, que le pudo hacer condicionado a repintar estas oscuras pinturas sobre imágenes campestres realizadas previamente. Esto es lo fascinante de la historia del arte, el poder analizar y visitar la obra de un artista teniendo en cuenta sus vivencias personales y biográficas. En el caso del gran artista Goya, toda su paleta, temática y energía de sus Pinturas Negras nos emociona atendiendo a sus problemas personales y grave estado de salud que sufría mientras las pintaba.

8. Autorretrato de Alberto Durero (1498)

Volvemos a viajar hacia atrás en el tiempo para detenernos en nuestra octava parada en una obra anterior al año 1500. Se escapa por los pelos de la edad Media, pero es una superdotada en realidad. Su autor no es otro que Alberto Durero, quien además de su destreza con el pincel se instaura a sí mismo como centro de la imagen. Dos declaraciones de intenciones en una. Durero aparece como un gentiluomo, vestido con sus mejores ropajes, jubón blanco abierto y sombrero de borla. Una cenefa bordada en oro en su camisa y cordón de seda con cabos azules y blancos. El detalle de las manos, sus herramientas de trabajo, cubiertas por refinados guantes, nos hablan de un status social de gran consideración, tratando de elevarse a sí mismo de artesano a artista. Durero es el artista más reconocido del Renacimiento Alemán, y no pensaba quedarse atrás en la reivindicación italiana de reconocer al artista como practicante de las artes liberales. Toma como referencia de Italia también la monumentalidad con que ordena el marco de la ventana, comunicando su propia estancia con el exterior por una ventana abierta. Durero tiene un rasgo mágico en su pintura, el dominio psicológico del espectador. Te atrapa su frialdad y mirada fija, al mismo tiempo que sus facciones se antojan tan bellas y atrayentes. La obra está rematada con su obra junto al alfeizar de la ventana. Dice así: 1498, lo pinté según mi figura. Tenía yo veintiséis años. ¿Sería realmente así de interesante Durero? Exageraciones aparte, el joven Durero sí mostraba merecida satisfacción por su propio trabajo artístico, que se preocupó de documentar y firmar desde su más temprana formación.

9. Judit en el banquete de Holofernes. Rembrandt (1634)

La Holanda del siglo XVII tenía unos rasgos religiosos, sociales y culturales bien distintos al del resto de Europa, que se refleja de forma fantástica en la pintura de Rembrandt. Un ambiente calvinista, carente de una monarquía propiamente dicha y sin una clase aristócrata de carácter hereditario, era un mundo aparte con la Europa más occidental. Allí es donde surgieron los mercados, la banca, y todo el engranaje económico que auparía a los paises bajos como una de las grandes potencias mundiales. Sus enriquecidos burgueses pronto mostraron su entusiasmo por la adquisición de pinturas que validaran su status. Rembrandt es uno de los grandes maestros de la pintura holandesa, y del arte barroco, de quien ya hemos hablado en otras ocasiones. Su dominio de la luz y del color, unido a su original planteamiento de los temas, dando siempre su toque personal, hace sus obras de una autoría fácilmente reconocible. Esta obra, Judit en el banquete de Holofernes, es sin embargo la excepción que confirma la regla. Ya que la falta de firma, su trazo, menos firme de lo que nos tiene acostumbrados y las tonalidades amarillas han hecho dudar a algunos autores. En la pintura vemos a Judit, personaje bíblico perteneciente al antiguo testamento. A su lado tiene abierta la Biblia, mientras aguarda a que su sirvienta meta la cabeza de su enemigo en un saco, que posteriormente ella cortará. Para los holandeses, Judit y Ester eran dos heroínas que simbolizaban su lucha patriótica contra los españoles.  

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