Imagínate que pudieras entrar ahora mismo en el Museo Nacional del Prado. Si habitualmente es una maravilla hacerlo en estos momentos se trata de un lujo inalcanzable.
Asi que hoy jugaremos a cumplir ese sueño pero no podemos hacerlo durante todo el tiempo que queramos. Compliquemos el reto sabiendo que sólo podremos estar una hora en el museo. ¿Qué ver? ¿Qué obras elegir?
Si tuviésemos pase de una hora en este museo, para mí el más maravilloso de cuantos he visitado en muchos países, esta sería mi selección. Hoy te hablaremos de nuestras 3 primeras paradas.
Primera parada en el Prado: El caballero de la mano en el pecho, El Greco (Hacia 1580):
Este retrato del Greco es uno de los más emblemáticos del pintor. Aparece con su espada, gesto solemne y retórico de la mano, más propio de las composiciones religiosas del Greco que de los retratos de carácter civil.
Vemos una medalla semioculta, pero no escapa al espectador la mirada decidida con la que el caballero lo enfrenta.
Fiel representación de la hidalguía castellana de la época de finales del siglo XVI. Se ha especulado mucho acerca de su identidad, incluso llegándose a creer que se trataba de su autorretrato.
Otros se la han adjudicado a Antonio Pérez, secretario de Felipe II, o al mismísimo Miguel de Cervantes. La teoría más aceptada a día de hoy es que se trata del marqués de Montemayor, Juan de Silva y de Ribera, que fue contemporáneo del artista.
Su ademán solemne a modo de firma o juramento, se corresponde además con su cargo de notario mayor del reino.

Segunda parada en El Prado: El martirio de San Felipe. José de Ribera
Ribera tiene una forma de representar el martirio de este santo de una forma terrenal que nos fascina. San Felipe no tiene aquí los 87 años que le atribuyen los escritos bíblicos. Es un hombre de mediana edad, con facciones ordinarias y un rostro ajado por el sol.
Frente a su gesto resignado, el artista imprimió grandes esfuerzos físicos a los sayones que tiran de las cuerdas para izar la cruz.
Ribera tiene una forma magistral de representar la santidad de San Felipe mediante su sufrimiento insobornable, con colores tenebrosos y crudos que a su vez contrastan con el fondo del cielo azul, símbolo del cielo que le espera a esta alma atormentada.

Tercera parada del Prado: Carlos V en la Batalla de Mühlberg, Tiziano (1548)
Aquí nos muestra Tiziano a nuestro gran emperador Carlos V, en un retrato que conmemora su victoria sobre la Liga de Smalkalda en Mühlberg, el 24 de abril de 1547.
El monarca va pertrechado a modo de caballería ligera, con su media pica y pistola de rueda. Es muy reconocible la figura de este monarca en cualquier representación pictórica debido al acentuado prognatismo de su mandíbula.
No hay precedentes de este tipo de retrato ecuestre en la pintura italiana, por lo que tenemos que viajar hasta los referentes escultóricos clásicos, que volvieron también durante el Renacimiento. El Marco Aurelio ecuestre o el Colleoni de Verrochio.
Existió un proyecto de estatua ecuestre de Maximiliano I que encarnaba los ideales del imperio Sacro Germánico.
Inmediatamente después de la batalla Carlos encargó a Leone Leoni una escultura ecuestre que aunque no llegó a realizarse, recordaba al proyecto de Maximiliano I y que junto a este retrato de Tiziano reforzaría la imagen de Carlos como emperador, quien se encontraba inmerso en insurrecciones constantes de sus territorios alemanes.
Nunca entendí muy bien la desmesurada fama de «El caballero con la mano en el pecho».
En mi modesta opinión se trata simplemente de un buen retrato a secas, que sin embargo jamás elegiría como el primer ejemplo de los cuadros del museo Del Prado y tampoco como la pintura ni más importante ni más representativa de un artista tan Genial como «el cretense»(a pesar, como digo,de su exagerada fama).
Maginifica,en mi modesta opinión,su elección del «Martirio» del gran Jose de Ribera.Y excepcional la tercera, del inmenso artista italiano ,Tiziano, del Emperador Carlos V.